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El del sex shop

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El otro día, desayunando en un bar, escuché a una chica pedir una tostada de pan integral de harina ecológica y fermentación especial, y un café con bebida de almendra. Cágate lorito.  Y es que resulta que ahora se lleva eso. El no reñir a los niños pequeños cuando hacen algo mal; el dejar de comer durante más de 12 horas; el considerar como amigos a gente que nos da  likes  en el otro extremo del mundo; creer más en la acupuntura adelgazante que en hacer ejercicio; saber lo que significa  random, crush  o  youtuber ; o creer que un tuit es una reflexión sosegada y no un exabrupto. Cuando dejo el móvil a un lado y miro a mi alrededor, pienso que hemos complicado demasiado la vida. Entre lo sofisticados que nos hemos vuelto, la apariencia que nos esforzamos en dar y lo modernos que queremos ser, vivimos en un mundo en el que hemos perdido la capacidad de disfrutar de la esencia de las cosas sin necesidad de ponerle un nombre raro o añadir adornos.   Cla...

Manías

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Soy de los que piensa que no hay que andar ventilando las cuestiones domésticas ni hacer de ellas una pancarta, pero creo que, con la confianza que ya nos tenemos, ha llegado el momento de haceros partícipes de algunas de mis manías. Y que conste que me gusta la privacidad, aunque de vez en cuando es bueno sacar a pasear los defectos de uno y ponerse ante el espejo. La primera de mis obsesiones es el asunto de la no distancia entre los cepillos de dientes. Me produce pavor que todos estén en un mismo recipiente y que no guarden, como mínimo, 5 cm de separación. Procuro dejar el mío alejado del resto, pero, cuando, por los azares de una familia numerosa, me lo encuentro sin la distancia reglamentaria, no puedo evitar imaginarme a micro bichitos saltando entre ellos. Es ahí cuando deseo con más fuerza que Junqueras independizarme de la república de mi casa. Otra de mis manías camufladas es no tolerar a la gente que va descalza por casa. No puedo parar de pensar en sus ennegrecidas planta...

No hay palabras

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He dejado pasar un par de semanas porque enero, per se, es bastante duro como para tener noticias que, aún hoy, cuestan asimilar. Por eso, he esperado a que las lágrimas se secaran, los pañuelos se guardaran y los periodistas pasasen página y se dedicaran a otra cosa, como siempre hacen. Los buitres de los telediarios ya se han llevado los despojos.  Los mensajes en cadena llenos de buenas intenciones y cursilerías se dedican otra vez a los gatitos. Las cabezas agachadas a la hora de comer ya se han levantado y, ahora, están pendientes de Ucrania o del próximo partido del Real Madrid. Pero en algún sitio de nuestro maltratado país viven unas personas para las que siempre será Viernes Santo, para los que no habrá más fines de semana, para los que el sol ya nunca les calentará, para los que siempre habrá sequía en su garganta y para los que el nombre de su hija es una palabra tabú. Son los padres de esa niña de 4 años que murió en un desgraciado accidente en Valencia. Es imposible im...

A Sus Majestades

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A pesar de haber enviado la carta a Sus Majestades con dos semanas de antelación, llegó el día de Reyes y me quedé sin regalos. Recuerdo que en ella me negué a pedir cursiladas a la altura de una concursante de Miss Mundo tales como la paz mundial, el fin de la violencia, el respeto entre los contrarios, salud, o amor. Tampoco pedí que se le raye el coche al vecino que no sabe aparcar y nos obliga a hacer mil maniobras, ni solicité más ganas de hacer deporte, ni una técnica infalible para encontrar novia.    En realidad, lo que les pedí fue algo así como lo del cucurucho: engordar poco y comer mucho. Es decir, que todo siga más o menos igual, pero mejor. Supongo que si todos fuésemos sinceros pediríamos hacer lo que quisiéramos y que no tuviera consecuencias. A todos nos gustaría ser algo orteguianos, nosotros y nuestras circunstancias. Aunque como nos han educado bien, nos contenemos y no somos tan egoístas. Y reconozcamos que no quedaría bien responder eso cuando alguien nos...

Asientos vacíos.

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La Navidad está llena de huecos. Nuestras Nochebuenas van teniendo cada vez más asientos vacíos; ausencias permanentes o provisionales, buscadas o encontradas. Cada Navidad, esa lista se va haciendo más larga. Nuestro presente se va llenando de presentes que ya son pasado. Pero eso no debe impedir que disfrutemos de las fechas más importantes del año, porque, precisamente, nos reunimos para celebrar un nacimiento, para celebrar la vida. Esas bajas en la alineación se llenan con los recuerdos vividos, con lo que nos enseñaron, con la anécdota que siempre contaban, el villancico que cantaban o con del dulce que siempre acaparaban. Recordemos esa caricia con la mirada que nos dirigían desde la cabecera de la mesa; esa mano tierna y arrugada que agarraba la nuestra mientras nos daba el aguinaldo; escuchemos la risa socarrona cuando alguien se pasaba con el cava. Sonriamos con los que ya no están y llenemos los asientos vacíos celebrando su vida y la nuestra. 

Amigos prescindibles

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Partamos de que la Navidad me gusta, y mucho, pero hay algunas cosas de ella que son absolutamente prescindibles, como, por ejemplo, el amigo invisible. Siento que ocurre igual que la pizza con piña; así, de principio, parece buena idea, pero luego descubres que es un auténtico marrón. Y, encima, soy de esa parte de la sociedad que vivo en una cuesta de enero permanente en la que los amigos invisibles no hacen más que reventar mi economía de opositor. El caso es que siempre me toca alguien que tengo que preguntar quién es sin que se note y me veo abocado a comprar cualquier cosa, unisex y sin género ni número. Además, como la gente fuma menos, ya no puedo regalar el socorrido cenicero con su correspondiente mechero. Por no hablar del miedo con el que vas a recibir el regalo, o el falso y cínico “cuánto me gusta” sea lo que sea, incluido si es un “vale por un abrazo”. Qué horror. No acaba ahí la cosa. El día del intercambio el miedo al fracaso se masca, está presente. Todos vamos con te...

La plancha

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Ayer fui a la gala de clausura del  FICC , que cumplía 50 años. Otro motivo para sentirse orgulloso de Cartagena. Fue una fiesta por todo lo alto, con entrega de premios, documental, algún famoso y mucha gente conocida de la ciudad; así que tenía que prepararme para estar a la altura de tal magno evento. En estas ocasiones son fundamentales tres cosas. La primera es una buena memoria para acordarse de los nombres de la gente, otra es la batería del móvil bien cargada para poder usarlo fingiendo mirar algo importante cuando tu acompañante se va a por cerveza, y, por supuesto, la vestimenta adecuada. Como no era un besamanos en el Palacio Real, sino algo de culturetas, descarté el traje y la corbata e improvisé una ropa distinta. La camisa estaba arrugada y, aunque pensé hacer un Adolfo Domínguez y “la arruga es bella”, me enfrenté a ella como un valiente en la plancha.  El primer obstáculo fue buscar el aparato por casa, después encontrar la altura adecuada de la tabla, que era...

El gran apagón

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Debe ser que como llevamos unos años tan aburridos en que apenas nos pasa nada, ahora nos divertimos hablando de un gran apagón que nos sumirá de nuevo en la Edad de Piedra, aunque algunos mentalmente nunca hayan salido de ella. Y con ese presunto corte de luz se ha lanzado todo el histérico mundo a hacer ricos a los ferreteros para almacenar pilas, linternas, generadores y velas. Como en mi casa aún guardamos reservas de papel higiénico, levadura y harina del último apocalipsis que vivimos, ahora me he negado a hacer acopio de nada. Si llega el apagón, ya intercambiaré en el mercado de la noche un rollo de papel higiénico por tres velas y una caja de cerillas.  La oscuridad, en realidad, no me resulta tan mala, porque es en ella donde he desarrollado súper poderes tales como llegar al frigorífico sin encender la luz, contener mis gritos tras chocar despiadadamente mi meñique con el rodapié, ver la televisión aunque no haya nada que ver, o localizar el móvil en el letargo de la mad...