El gran apagón
Debe ser que como llevamos unos años tan aburridos en que apenas nos pasa nada, ahora nos divertimos hablando de un gran apagón que nos sumirá de nuevo en la Edad de Piedra, aunque algunos mentalmente nunca hayan salido de ella. Y con ese presunto corte de luz se ha lanzado todo el histérico mundo a hacer ricos a los ferreteros para almacenar pilas, linternas, generadores y velas.
Como en mi casa aún guardamos reservas de papel higiénico, levadura y harina del último apocalipsis que vivimos, ahora me he negado a hacer acopio de nada. Si llega el apagón, ya intercambiaré en el mercado de la noche un rollo de papel higiénico por tres velas y una caja de cerillas.
La oscuridad, en realidad, no me resulta tan mala, porque es en ella donde he desarrollado súper poderes tales como llegar al frigorífico sin encender la luz, contener mis gritos tras chocar despiadadamente mi meñique con el rodapié, ver la televisión aunque no haya nada que ver, o localizar el móvil en el letargo de la madrugada para averiguar la hora. También, claro, la oscuridad me ha jugado malas pasadas, como a todos, con algunos ligues de discotecas o con la engañosa primera impresión de ciudades feas.
Y como cuando nos aburramos no podremos cambiar de canal, me pregunto, por ejemplo, si venderán esos preservativos fosforescentes de la divertida escena de Una cana al aire de Blake Edwards. Sólo por curiosidad. Aunque siempre nos quedará encender una fogata y ver las estrellas sin contaminación lumínica. Debería haber aprendido a hacer fuego con dos piedras. ¡¿Por qué no me apunté a los scouts?!