A Sus Majestades
A pesar de haber enviado la carta a Sus Majestades con dos semanas de antelación, llegó el día de Reyes y me quedé sin regalos. Recuerdo que en ella me negué a pedir cursiladas a la altura de una concursante de Miss Mundo tales como la paz mundial, el fin de la violencia, el respeto entre los contrarios, salud, o amor. Tampoco pedí que se le raye el coche al vecino que no sabe aparcar y nos obliga a hacer mil maniobras, ni solicité más ganas de hacer deporte, ni una técnica infalible para encontrar novia.
En realidad, lo que les pedí fue algo así como lo del cucurucho: engordar poco y comer mucho. Es decir, que todo siga más o menos igual, pero mejor. Supongo que si todos fuésemos sinceros pediríamos hacer lo que quisiéramos y que no tuviera consecuencias. A todos nos gustaría ser algo orteguianos, nosotros y nuestras circunstancias. Aunque como nos han educado bien, nos contenemos y no somos tan egoístas. Y reconozcamos que no quedaría bien responder eso cuando alguien nos preguntase qué nos han traído los Reyes.
Como decía, de momento, a mí no me han hecho ni caso. Aunque ahora que lo pienso, no sé a dónde habrá llegado la carta, si a Zarzuela o, realmente, a Oriente. Bueno, en la primera está el hijo y en el segundo el padre. Así que, aun con algo retraso, seguro que me responden.