Manías

Soy de los que piensa que no hay que andar ventilando las cuestiones domésticas ni hacer de ellas una pancarta, pero creo que, con la confianza que ya nos tenemos, ha llegado el momento de haceros partícipes de algunas de mis manías. Y que conste que me gusta la privacidad, aunque de vez en cuando es bueno sacar a pasear los defectos de uno y ponerse ante el espejo.


La primera de mis obsesiones es el asunto de la no distancia entre los cepillos de dientes. Me produce pavor que todos estén en un mismo recipiente y que no guarden, como mínimo, 5 cm de separación. Procuro dejar el mío alejado del resto, pero, cuando, por los azares de una familia numerosa, me lo encuentro sin la distancia reglamentaria, no puedo evitar imaginarme a micro bichitos saltando entre ellos. Es ahí cuando deseo con más fuerza que Junqueras independizarme de la república de mi casa.


Otra de mis manías camufladas es no tolerar a la gente que va descalza por casa. No puedo parar de pensar en sus ennegrecidas plantas de los pies, convertidas en mopas llenas de polvo y suciedad que al llegar a la cama, con suerte, son sacudidas con la palma de la mano. 

 

Y en el top de mis rarezas está el lavavajillas. Disfruto poniéndolo ordenado y limpio. Tan ordenado que Marie Kondo aprende con mis tutoriales, y tan limpio que, al abrirlo, mi familia no sabe si hay que sacarlo o ponerle la pastilla. Las cucharas dispuestas de tal manera que no se solapen, y prohibido meter sartenes y utensilios de madera. Bien de sal y de abrillantador. Por cierto, ya que estoy en la cocina os recuerdo que hay que escurrir bien el estropajo después de fregar, que si no se queda chicloso y es un asco.

 

Y aunque podría continuar párrafos y párrafos, prefiero no seguir contándoos mis manías para que quien tenga un mal concepto de mí no lo empeore, y para que quien lo tenga bueno lo conserve impoluto, como los platos de mi lavavajillas antes de ponerlo.




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